No se sabe muy bien cuándo surgieron los primeros
antibióticos. Para empezar, Louis Pasteur, el científico francés que descubrió
la fermentación, la vacuna contra la rabia y desmintió la teoría de la
generación espontánea; junto con Robert
Koch, descubridor de la tuberculosis, desarrollaron la teoría germinal de las
enfermedades, que decía que estas se producían debido a la penetración de microorganismos
patógenos en el cuerpo, causando daños y malestares, así como la muerte en
muchos casos.
Louis Pasteur con matraces de cuello de cisne |
Paul Ehrlich |
Más tarde, Paul Ehrlich, médico y bacteriólogo alemán, pensó que posiblemente existieran sustancias químicas que matasen a las bacterias y los virus causantes de las enfermedades. Comenzó a investigar con el fin de curar la enfermedad de la sífilis, que es una enfermedad venérea (de transmisión sexual) que produce la aparición de úlceras y lesiones por todo el cuerpo, fiebre, dolor muscular, fatiga, pérdida de cabello…
Ehrlich encontró una sustancia que podía combatir a la sífilis y la denominó Salvarsán. Este fue considerado el primer antibiótico, aunque tenía graves efectos secundarios ya que era una sustancia tóxica.
Otro científico, Edward Jenner, descubrió que si inyectabas un tipo de bacteria causante de alguna enfermedad pero ya muerta en el cuerpo de una persona, esa persona se inmunizaba contra la enfermedad y ya no volvía a padecerla. Esto se debe a que el organismo crea anticuerpos contra esa bacteria y como está muerta no causa síntomas ni daños, pero cuando la persona contrajese de nuevo esa bacteria, los anticuerpos actuarían inmediatamente contra ella. Jenner lo descubrió porque vio que los granjeros que trabajaban con vacas y contraían enfermedades que padecían los animales, al hacer menos efecto en los seres humanos, enfermaban pero enseguida se recuperaban y ya no volvían a padecerla. El científico extrajo líquido de las pústulas que se formaban en el hocico de las vacas cuando padecían viruela y se lo inyectó a una persona. Esa persona no contrajo la viruela.
Todos estos descubrimientos dieron un gran empujón a la Medicina, pero el descubrimiento más importante estaba todavía por llegar. Alexander Fleming fue un científico que se dedicaba a la microbiología en el hospital St. Mary de Londres. Siguiendo los pasos de Erhrlich, Fleming estaba investigando sobre posibles sustancias que podrían matar a las bacterias pero que no tuviesen efectos secundarios que pusieran en peligro la vida del paciente. Para ello tenía un laboratorio en el que estudiaba las bacterias en placas de Petri, que son unas cápsulas donde se podían poner muestras para estudiarlas al microscopio y después taparlas. Pero un buen día a Fleming se le olvidó tapar una de sus placas, donde estaba estudiando un tipo de bacteria denominado “estafilococo”. Cuando se dio cuenta, había aparecido un moho en la placa, que más tarde supo que se llamaba penicillium notatum. Esto no era nada raro y ya había pasado muchas veces en los laboratorios, pero Flemming era un hombre curioso y observador y se fijó en algo que a ningún otro científico se le había ocurrido mirar: alrededor del moho no había bacterias. Alrededor del moho se formaba un círculo de unos pocos centímetros de ancho en la que no había ni una sola bacteria. Más allá del círculo se amontonaban las bacterias restantes. Así que Flemming, que también era muy imaginativo, pensó que esto se debía a que el moho producía una sustancia química que mataba a las bacterias. Había descubierto algo importantísimo de casualidad.
A partir de ese momento el científico inglés hizo pruebas con el moho para ver si salía el mismo resultado varias veces, y de todas sacó la misma conclusión. Entonces decidió aplicar el descubrimiento a la medicina y a intentar crear un antibiótico que salvara la vida de las personas. A esa medicina la llamaría penicilina. Sacó varios gramos de penicilina pura partir del moho penicillium notatum y se lo inyectó a cuatro ratones de laboratorio infectados de una enfermedad bacteriana, frente a otros cuatro infectados a los que no se les administró la medicina. Los cuatro ratones no tratados murieron, mientras que los administrados con penicilina sobrevivieron.
Fleming publicó sus descubrimientos. Al principio nadie le prestó mucha atención, aunque algunos científicos, como Florey y Chain, ambos químicos, ayudaron a Fleming con su investigación. Flemming, junto con Florey y Chain, comenzó a sacar tanta penicilina como podía del moho, pero no era suficiente para curar a los enfermos, que necesitaban 3000 veces más cantidad de penicilina que un ratón. Cuando consiguieron una cantidad razonable, decidieron probarlo en pacientes. El primero fue un policía de 43 años infectado por un rasguño en la cara muy grave. Le suministraron la penicilina y los primeros días mejoró pero, al acabarse la existencia de la medicina, el paciente recayó. Se intentó por todos los medios conseguir más penicilina, incluso llegaron a recuperar restos presentes en la orina. Pero el paciente estaba muy enfermo y murió. Con tal consecuencia, se buscó la presencia del moho en otros lugares y se encontró en un tipo de fruta, del que se podían sacar enormes cantidades de penicilina. Eso impulsó la producción y comercialización de penicilina en polvo, que se aplicaba a pacientes y los curaba en la mayoría de los casos.
Flemming, Florey y Chain consiguieron el Premio Nobel de Medicina por tales descubrimientos. Los problemas que tenía la penicilina era que solo curaba enfermedades causadas por bacterias y que a lo largo del tiempo podía causar reacciones alérgicas y crear resistencia por parte de las bacterias ante el antibiótico, como consecuencia del consumo descontrolado de la población.
Más tarde otros científicos investigarían y descubrirían otras sustancias que matan a las bacterias.
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